La luz es uno de los ejes sobre los que se construye la arquitectura. Al menos, aquella en la que nada se deja al azar, en la que todo está pensado y meditado, una arquitectura consciente, pretendida. Construimos casas, oficinas, grandes mansiones, incluso bodegas o graneros atendiendo a la luz, a su presencia o a su necesaria y conveniente ausencia. No es algo nuevo, sino un paradigma que se repite en todas las épocas, desde la Antigüedad hasta nuestros días. La arquitectura ha estudiado y aprovechado la pontencialidad de la luz, en ocasiones, con un carácter eminentemente funcional otras con fines ornamentales o ambientales y, a veces, con un valor simbólico.
Los impluvium, estanques con luz cenital, diseñados para recoger el agua de lluvia y dar frescor a la domus de griegos, etruscos y romanos; el templo de Abbu Simbel, en el sur de Egipto, donde dos veces al año, el sol ilumina el rostro del faraón Ramses II, coincidiendo con los aniversarios de su nacimiento y su coronación, ¿milagro natural o compleja ingeniería antigua?; la orientación de las iglesias medievales; la ingravidez de las catedrales góticas… Ejemplos todos ellos del poder y el peso de la luz en la arquitectura.
Cuando se interviene en un edificio histórico, bien para restaurarlo bien para acomodarlo a los nuevos tiempos, es fundamental entenderlo y descifrar su evolución, porque solo así es posible respetar su esencia. En estos casos, la luz puede ser un instrumento, una herramienta al servicio de la arquitectura. Así lo entiende, desde hace años, el equipo de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico y así lo ha aplicado en sus múltiples actuaciones sobre bienes patrimoniales. Uno de sus últimos retos ha sido dotar de luz y de un nuevo plan de gestión a la milenaria iglesia de San Pedro de la Nave, ubicada hoy en la localidad zamorana de El Campillo, en Tierra del Pan.
Alabastro y eficiencia energética
Construido entre los siglos VII y VIII, este antiguo priorato benedictino carecía de instalación eléctrica, si en algún momento se planteó una propuesta de iluminación, se descartó por no considerarse adecuada ni oportuna. Catorce siglos de espera, hasta que en 2013, en el marco del Plan Románico Atlántico, el equipo de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico dirigido por el arquitecto Jesús Castillo Oli, ha conseguido el equilibrio idóneo entre la luz natural y la que aportan los LED.
Placas de alabastro filtran y tamizan los rayos de sol que penetran por los vanos del edificio. Su efecto es inmediato y fácilmente perceptible, la ausencia de los reflejos provocados por los antiguos vidrios, logra un interior más cálido y limpio, más proclive al recogimiento, más cercano al objetivo con el que fue construido el templo allá por el año 673. El alabastro está presente también en las trece luminarias distribuidas estratégicamente por la nave central y por las laterales. Modernos cirios que arrancan del suelo y juegan con el visitante: invisibles al cruzar el umbral del templo, descubren su presencia al mirar desde el otro ángulo, desde el altar.
Ni un cable ni un interruptor. Nada rompe con la armonía del monumento, todo lo contrario, se potencia. Únicamente un mando a distancia, que permite adaptar la luz, crear diferentes ambientes, no hace falta nada más. La luz sirve de guía a la mirada, para que se detenga en la historia del sacrificio de Isaac o en la del profeta Daniel arrojado al foso de los leones, labradas hace siglos por el “Maestro de la Nave”, en los capiteles que flanquean el crucero. Las actuales luminarias gastan poco más que las velas y antorchas que el maestro utilizó en su día para alumbrar sus jornadas de trabajo, su consumo total apenas supera los 90 vatios.[+]