Las condiciones de luz del planeta tierra cambian periódicamente en base a ciclos diarios y anuales. La adaptación a este entorno cíclico ha sido la clave para la supervivencia de las especies. No es pues de extrañar que la alternancia entre luz y oscuridad actúe sobre los seres vivos y que prácticamente todos ellos hayan desarrollado estructuras genéticamente programadas, que les permita generar oscilaciones en su fisiología y conducta para sobrevivir en un entorno cambiante. La adaptación a la alternancia día-noche genera los denominados ritmos circadianos, que son variaciones endógenas de periodo próximo a las 24 horas y que están presentes en la mayor parte de funciones de nuestro cuerpo. El mantenimiento de la estructura temporal circadiana es esencial para el mantenimiento de nuestra salud.
Nuestro cuerpo realiza funciones distintas durante el día y durante la noche y todas ellas son imprescindibles para un buen estado de salud. Así pues, la noche no es únicamente un tiempo de «descanso» sino un tiempo en que nuestro cuerpo realiza otras actividades, distintas a las realizadas durante el día, pero igualmente necesarias.
Por ejemplo, durante la noche, y exclusivamente en oscuridad, nuestro cuerpo fabrica la hormona melatonina, nuestro marcador de noche. La melatonina ayuda a poner en hora nuestro reloj circadiano, pero también es inmunomoduladora, neutralizadora de radicales libres y antioxidante. Por este motivo la reducción de los niveles de melatonina durante la noche pueden producir un mayor riesgo de cáncer y contribuir a la iniciación, progresión o gravedad de otras enfermedades.
Para mantener el orden temporal interno y que nuestro cuerpo funcione de manera sincronizada con los ciclos ambientales se requiere el contraste diario entre luz brillante durante el día y oscuridad durante la noche. La luz durante la noche inhibe la síntesis de melatonina, de manera proporcional a la intensidad de luz y dependiente de la longitud de onda.[+]