El Palacio de Villahermosa construido en 1805 por el arquitecto Antonio López Aguado, discípulo de Juan de Villanueva, es un ejemplo de la arquitectura palaciega del XIX. En el siglo XX pasa a ser la sede de una corporación bancaria y finalmente a la quiebra de la misma es adquirido por el Estado que lo destina inicialmente a espacio expositivo ligado al Museo del Prado. En los años 80 el entonces Ministro de Cultura Javier Solana encarga la restauración al arquitecto Rafael Moneo y acuerda con la
Fundación Thyssen- Bornemisza la instalación de su colección que se inaugura en 1992. Posteriormente con los edificios colindantes se amplió el museo en 2004 con la colección Carmen Thyssen.
El edificio ofrece una imagen austera y regular de granito y ladrillo con un pequeño pórtico dórico en la fachada a la carrera de San Jerónimo. La fachada más relevante del edificio es la norte en donde se ubica la entrada actual al recinto.
El palacio contaba con una instalación con luminarias para lámparas de xenon de alto consumo y muy baja eficiencia. Dichas luminarias se ubicaban en el interior de los balcones del primer y segundo piso.
La propuesta ha consistido en marcar una línea de luz sobre todos los elementos de granito, evitando la iluminación por proyección. De esta forma se distinguen nítidamente los huecos de ventana, las franjas verticales de pilares y las cornisas coincidentes con las líneas de imposta y arranque de cubiertas. Sin que los paramentos de ladrillo reciban más luz que la existente del alumbrado urbano y la contaminación luminosa de la ciudad, se logra que el edificio se reconozca formalmente sin rupturas. Paralelamente se ha implementado iluminación para los elementos infográficos y el patio de entrada. Para este último se han diseñado unos báculos específicos que soportan la iluminación general del acceso al edificio y las banderolas.
Dado que el palacio se ubica en una zona del centro de la ciudad donde todos los edificios son representativos y además están iluminados por la noche, la idea para realzarlo en el entorno consistió no en competir en cantidad de luz, sino en utilizar fuentes de muy alta temperatura de color (Tc 8500K), de un blanco azulado, que lo hace destacar visualmente de entre los edificios aledaños.
El efecto que se consigue es singular, delicado y a costa de un escaso consumo de energía.